domingo, 3 de febrero de 2013

REMEMBRANZAS DE AGUACHICA


Hoy, separado de mi pueblo por el tiempo, más no por la distancia, añoro sus casas de bahareque con techo de palma, ventanas salientes y pintadas de blanco con su birrete rojo.

Las casas dormían acurrucaditas sobre inclinados empedrados, tapizados por una verde alfombra natural que les daba un aspecto señorial. Colocadas en hileras, sin rigor, se deslizaban las casitas blancas desde la carrera veinte hasta el mercado público; quizás en busca del río Magdalena, principal atractivo y cautivador de sus visitantes.

Al Norte, el vigilante "Cerro de la Cruz" ofrece el panorama del pueblo. A su pie, el bosque "El Agüil, refugio sedentario, en su juventud, de ardillas, micos, perezosos, morrocoyes, armadillos, guartinajas, venados, pavas y gran variedad de pájaros, que con sus trinos, despertaban al poblado.  Su exuberante vegetación cerraba sus puertas y ventanas al sol; el suelo permanecía humedecido por el caudal incesante del Caño de Pital y por muchas otras fuentes que brotaban de todas partes, como mágicas serpientes.

De la calle del cartón o  calle primera, desde la entrada del Agüil, contábanse a cortos y largos pasos, otras casitas hasta el sombrío portal. En este lugar poblado de algarrodos, altas ceibas y caracolíes surcados de rabiguanos y chupachupa, los turpiales, los toches, los canarios, los cardenales y los azulejos, entre otros, competían en canto con las ensordecedoras cigarras, anunciando la Semana Santa.

Atravesando el portal, un angosto camino salpicado de abrojos, conducía al inmaculado caño "El Cristo", que haciendo su aparición en el noroeste, corría  presuroso hacia el sur, bordeando al pequeño pueblo.

En su corazón (calle 10 y 11), el Parque San Roque y su exigua iglesia de tapia pisada, con una sola entrada y un bajo campanario a su izquierda, que terminaba en una cruz; viejos y corpulento árboles de mamoncillo, así como también, delgadas palmeras acariciadas por el lomo de los asnos, apaciguaban el intenso calor del medio día. La casa cural, la alcaldía, los juzgados y la cárcel municipal, lo acompañaban en su soledad.


Un segundo parque nace entre las carreras 15 y 16; lo bautizan "San Antonio" y colocan ahí la estatua del Santo. Cercado con una gruesa malla de alambre y sembrado de acacias y matarratones. A lo largo de sus camellones no faltaron las bancas de cemento. El mayor atractivo de los niños eran los columpios, el sube y baja, el resbalador, el tomate, etc., por lo que se le denominó luego "Parque Infantil".

Cómo no recordar la calle de "Las flores", cuyo nombre hace alusión a sus hermosas mujeres que allí vivían. fue destruida por un voraz incendio y reconstruida luego; las " Cuatro bocas", lugar donde se cruzan la calle 5 y la carrera 12.  Era el sitio preferido por los parroquianos para las reuniones, juegos de azar y donde se exhibió por vez primera, en este pueblo, una caja musical de cuerda. Recuerdo además, la calle "El carretero", albergue de campesinos comerciantes que le impregnaron el olor a café, a cacao, a fríjol, a panela y demás productos de esta tierra de promisión.

Por la antigua salida a Ocaña, el pequeño y triste cementerio saturado de sarcófagos, destruidos unos y otros deslucidos por el paso del tiempo. Las tapias que lo surcaban no eran impedimento para divisar todo su interior desde la calle. Muy cerca al campo Santo, la vieja estación del cable aéreo con sus estáticas vagonetas que reflejaban el cansancio de ese ir y venir entre Ocaña, Aguachica y Gamarra.  
Hoy es sólo un mudo y fiel testigo de tan importante medio de transporte como lo fue para esa época.

Ahora que el pueblo de mi niñez se ha esfumado y que he vuelto a nacer en un lugar por mí desconocido, es fácil comprender la gran nostalgia que se siente al huir del terruño en que se ha nacido.


Por:  ALVARO HERNANDO ANGARITA MIRAVAL