sábado, 24 de septiembre de 2011

LEYENDAS URBANAS - UNA VISITA FANTASMAL EN AGUACHICA, CESAR


Desde hace mucho tiempo estaba por contarles acerca de un extraño y fantasmal personaje, que por sus permanentes apariciones, se convirtió en un miembro más de la familia Miraval Cruz.  Por allá en la década del 50, en la residencia de mis abuelos maternos, ubicada en la carrera 12 No. 5ª-38, en la localidad de Aguachica, aparecía un señor moreno, alto y delgado paseándose por los corredores circundantes a los dormitorios, donde solía descansar un buen rato en una mecedora, cerca al vasar que sostenía  una gran tinaja con agua fresca.  El mencionado señor vestía de blanco, sombrero negro al igual que sus zapatos; daba la apariencia de ser un familiar en son de visita.  Jamás le importó dirigirle la palabra a nadie que encontraba a su paso;  sin embargo, con su mirada penetrante reflejaba el por qué de su presencia.
Lo descubrí por vez primera, cuando estando recostado sobre las delgadas piernas de mi abuela Emiliana Cruz, quien me dormía espantándome los zancudos y me refería cuentos todas las noches a tempranas horas, sin despegarse de su acostumbrada y anhelada calilla y recostada en su cómodo taburete, a la puerta de entrada de la casa.  El susto no fue tan grande por tener la compañía de mi abuelita que por cierto me dijo que no lo mirara, que no le prestara atención; eso hice y después no supe como llegue a mi cama.
Al día siguiente me levanté y ya había olvidado todo lo ocurrido.  Tal vez, porque lo más importante para mi era revisar los árboles frutales, como guayabos de castilla y dulce, el limonero, que servia de gallinero, los naranjos.  Luego  continuaba con el juego, que generalmente me hacia perder el apetito.
Pasaba el tiempo y el extraño visitante no hacia más que sorprendernos lanzando piedra o tierra al techo de zinc, sin causar daño alguno; como también, sacudir el limonero, cuando entrada la noche, salía en compañía  de mis amiguitos a recoger los aros de caucho que se necesitaban para realizar las competencias de velocidad.
El mayor susto lo pasé una tarde en que el “sol de los venados” estaba esparciendo su tenue rayo dorado de luz por encima de la tapia, al fondo del patio.  Serían las seis de la tarde, cuando tuve la necesidad de ir al baño, y como uno de los baños daba con la pared del solar, decidí entrar al otro que quedaba más retirado, cerca a un dormitorio.  Entré con mucho temor y al instante sentí  la impresión de que alguien me estaba acompañando.  Volví la mirada hacia el lado izquierdo y comprobé la aparición del fantasma, que me miraba fijamente como queriéndome expresar algo.  No lo pensé dos veces y como un tiro, salí corriendo para la calle, terminando la carrera en la casa vecina del frente.  Tembloroso y mudo, no podía dar respuesta a las preguntas que me hacían los presentes que se percataron de mi estado anímico.  Apenas se calmaron mis nervios, conté lo sucedido.
Mis tías y hermanos mayores no terminaban nunca de relatar espeluznantes historias del mencionado personaje desde cuando existía en dicha casa, un balcón de madera hacia la calle y que el fantasma también recorría lentamente, haciendo escuchar sus firmes pisadas a los transeúntes, que ignoraron la verdad de su existencia, lo observaban con naturalidad.
 Escrito por:  ALVARO H. ANGARITA

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